Hace una semana me compré un par de zapatos
que entran dentro del concepto que yo tengo de "zapatos caros". La
dependienta me aconsejó y yo, confiando en su profesionalidad, creí lo que me
decía. Como me encantaron me los compré.
Una semana y dos puestas después, la tira de los zapatos había cedido (algo que
según la dependienta no pasaría) y el pie me bailaba dentro de la sandalia.
Fui a la tienda, expliqué lo que ocurría y me
atendió una señorita distinta que dejó una nota a su compañera con mi nombre y
número de móvil. No hace falta ser psicóloga para darse cuenta cuando la
actitud de una persona te indica que la respuesta va a ser una negativa.
No he recibido llamada alguna.
Mi forma de ser hace que lo primero que me pase por
la cabeza sea ir otra vez y hablar con la persona que me atendió. Luego me paro
a pensar y me digo a mí misma que lo que probablemente ocurra es que me reciba
con una negativa y se mantenga en ella afirmando que no me dijo lo que en
el momento de la venta sí dijo. Me digo a mí misma que viendo la actitud de
ambas dependientas es muy probable que no obtenga ninguna solución pero por el contrario sí me sentiré indignada y
enfadada, con lo que el balance más probable es 0 ventajas vs desventajas
varias.
Sabía que si lo hacía iba a ser meramente por el orgullo y todos sabemos que
éste no siempre es buen consejero.
Conclusión: “Voy a dejarlo pasar porque el
balance costo/beneficio me indica que es
más inteligente no seguir con el tema. Además, las sandalias me gustan y puedo
llevarlas perfectamente, a pesar de no ser tan cómodas como creía que sería”
Y tú te estarás preguntando: ¿Y por qué me habla de sandalias?
Es mi forma de decirte que en esta vida, dentro y
fuera de terapia, es esencial saber elegir qué batallas librar. No es
inteligente enfrentarte a todas porque si lo haces probablemente tu salud mental se vea perjudicada más de lo
necesario.
Esto se lo intento hacer ver a mis pacientes.
Un
ejemplo muy sencillo es el tema de la sinceridad. Claro que está bien ser sincero en el día a día
pero quizás no al 100% en todos los casos. Quizás, a veces, tengas que filtrar porque ser sincero en ese
momento puede tener un costo innecesario para ti u otra persona. Ejemplo: Veo a
mi amigo que está opositando y ha engordado unos kilos. Sé que mi amigo presta
mucha atención al físico porque tiene ciertos complejos. En este caso, es
innecesario hacerle el comentario, ya que nadie va a salir beneficiado y sin embargo
puedes amargarle el día a la otra persona.
Otro
ejemplo es el de la asertividad. ¿Es bueno ser asertivo? Por supuesto.
Generalmente lo es pero quizás sea inteligente y apropiado no serlo en todas y
cada una de las ocasiones que se presenten. Por ejemplo: si tu colega del
trabajo hace algo que te molesta pero es insignificante, quizás sea apropiado
considerar si te merece la pena comentárselo con la consecuente posibilidad de
que se moleste o pasarlo por alto porque en el futuro pueden surgir situaciones
que para ti sean más prioritarias y tengas una mayor necesidad de hacer frente
a esa otra persona.
¡Y
cómo sabemos que batallas escoger y cuáles dejar ir? Aquí únicamente hay que
aplicar el sentido común y mirar en base a las necesidades y deseos de cada
uno, que son bien distintos. Es importante hacerlo porque muchas de las veces
escogemos librar batallas innecesarias llevados por: orgullo, la ansiedad, la
ira, exigencia desmesurada, miedos,
complejos, envidia… todas ellas poco
amigas del bienestar y la felicidad.
Si
en este momento te encuentras con una batalla
personal, piénsate qué razones son las que te lleva a decidir o no
librarla.
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Sara LLorens Aguilar
sllorens@cop.es
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