No te descubriré ningún secreto
diciéndote que si hay un elemento fundamental a la hora de conseguir objetivos,
ése es la motivación. Todos tenemos
motivaciones distintas, a cada cual más dispar. Las motivaciones de las
personas nos dicen mucho de las mismas, nos ayudan a conocerlas. Da igual lo
que te motive para conseguir tu objetivo, lo esencial es que a ti te valga.
Según el modelo conductual existen dos tipos de motivaciones: la motivación intrínseca y la motivación extrínseca ¿Cuál es la diferencia entre ambas?:
Por ejemplo: hay gente
que estudia porque le gusta hacerlo, le gusta aprender cosas nuevas y adquirir
nuevos conocimientos. Su motivación es intrínseca porque la conducta de estudiar
es un fin en sí mismo. Sin embargo, otras personas ven el estudio como un medio para conseguir
un fin, éste último puede ser aprobar un examen, por ejemplo.
En muchas ocasiones, ambos tipos
de motivaciones se ven mezclados a la hora de llevar a cabo una conducta. A uno
le puede motivar estudiar y aprender cosas nuevas mientras que la idea de sacarse un examen también le sirve de empuje.
A la hora de perseguir un
objetivo, además de la motivación, también hay otros factores importantes como
son los siguientes:
Los retos. Hay que ser inteligente a la hora de escoger los propios
retos a los que uno decide enfrentarse. No siempre se puede elegir pero cuando
sí es el caso, hay que saber cómo hacerlo. Escoger retos demasiado difíciles
para los que no estamos preparados o los que simplemente no van con nosotros, aumenta bastante las posibilidades de fracaso
porque la motivación en estos casos suele ser baja o...apagarse muy rápido. Y como consecuencia la frustración aparece
cogida de la mano del sentimiento (muchas veces ficticio) de fracaso. Hay que
escoger retos que se adapten a nuestros objetivos vitales, y por lo tanto a
nuestra personalidad, y con un nivel de dificultad ajustado a nuestras
posibilidades. No hablo de retos fáciles sino adaptados a nuestras necesidades
y nivel en el campo.
Un ejemplo, esta vez personal, de
todo lo anterior:
Hace un par de días me apunte a
lo que iba a ser mi primera clase de windsurf. Yo no tengo ninguna experiencia
en deportes de agua, así que ésta iba a ser mi primera toma de contacto.
Mi motivación era intrínseca, ya
que tenía ganas de probar algo nuevo y
esta actividad lo era. Quería probarlo
para ver si me gustaba.
El reto en sí estaba adaptado a mi nivel en el área, ya que
era una
clase para principiantes e iba
acorde a mi personalidad, que para bien
o para mal siempre está ávida de novedades.
El discurso interno... tuvo sus fases (como suele pasar en muchas
ocasiones): como era de esperar, me caí de la tabla muchas veces y cuando no me
caía me estancaba cerca de algún muro del puerto. A la quinta o... vigésima vez que me caí/ me
estanqué, me acuerdo que me dije algo así como:
"Esto no es para mí ¿y si me paro y me voy a la lancha ya?"
Y enseguida me di cuenta:
"Qué
pasa, ¿se supone que tienes que mantenerte en la tabla aún sin haber hecho esto
nunca? ¿te rindes porque no lo consigues a la primera? Te subes y lo intentas.
Y si te vuelves a caer, te vuelves a
subir... así hasta que lo consigas. Y ya, cuando lo consigas, decides si es o no para ti"
Acto seguido me volví a subir a
tabla y... me volví a caer/ estancar otras cuantas veces (el discurso interno sirve
para motivar y avanzar pero no hace milagros). Al final conseguí mantenerme cerca
de un minuto de pie y manejando el aparejo. Un tiempo insignificante pero
el suficiente para decidir que quería una segunda clase.
Eso es lo que tienen los pequeños
logros, que el alcance de su fuerza es desconocido.
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Sara LLorens Aguilar
sllorens@cop.es
Un post muy interesante y muy bien escrito como siempre!
ReplyDelete¡Muchas gracias por tu comentario! Saludos!
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