Tengo que admitir que dudaba si escribir o no este post ya que si sigues el blog sabrás que no soy muy dada a contar vivencias personales. No obstante, sé que hay muchas personas que se sienten más motivadas por los artículos en los que de alguna forma hay algún tipo de conexión con experiencias personales. Éste va a ser uno de ellos. Creo que puede motivar a más de uno a enfrentarse a su propio reto personal, por eso lo escribo. Por eso y para repasar algunos conceptos a través de mi caso.
Hace mucho tiempo escribí un primer post sobre la que fue mi leal enemiga durante muchos años ,mi fobia la sangre. Luego decidí tratarla y también conté mi experiencia aquí. Hoy, dos años y medio después del último post, escribo para contaros cómo va y como fue mi último análisis de sangre que me hice hace escasos días.
Las
analíticas me cuestan más y siempre me costarán más por dos razones: era
mi 10 en la jerarquía de estímulos ansiógenos y, más importante aún, es
el tipo de situación en la que la exposición es más dificil. Como la
fobia a volar .Cierto es que si tú quieres puedes hacerte analíticas
cada mes o coger un avión todas las semanas, pero nunca será como los
estímulos con los que puedes trabajar todos los días (objetos, imágenes,
vídeos, conversaciones....).
Es
importante que aunque oficialmente (el psicólogo nos da el alta) nos
deshagamos de la fobia, sigamos siendo proactivos en la exposición y
buscando continuamente situaciones en las que nos enfrentemos a nuestro
miedo. De esta forma asentamos la mejoría y la generalizamos. Yo podía
no haberme hecho más analíticas, pero cada año voy porque considero que
es la única forma de mantener a raya el miedo y aún así, sería mejor si me las hiciera más frecuentemente (dos o tres veces al año) pero eso ya
depende de cada uno y de si realmente hay necesidad de ello.
Sé que he mejorado en las analíticas porque en ésta última:
- Puede comer y dormir como de costumbre los días anteriores. Incluyendo la noche anterior.
- El día anterior a la analítica, ni me acordaba de que a la mañana siguiente tenía a la cita.
- Fue la primera vez en mi vida que no derramé una lágrima ni antes, ni durante ni después.
- Estaba nerviosa pero dominaba lo bastante para seguir las instrucciones del profesional que me atendía.
- No me desmayé (esto ya lo conseguí las dos veces anteriores)
- No supliqué que no me hicieran daño (ya sabía que no me lo iban a hacer gracias a la exposición)
- La visita duró unos 5-10 minutos (impensable en un pasado)
- ME DIJERON QUE ERA UNA BUENA PACIENTE (no me reí por respeto al profesional que me atendía)
El
otro día mismo alguien muy cercano me preguntó que por qué lo hacía si
no tenía necesidad. No soy médico ni ejerzo ninguna profesión
relacionada con la sangre. Ya ni si quiera estoy en el mundo de la
farmacia, que ahí sí que era el caso. Respondí que era cierto pero que
era una cuestión de principios, una elección personal. Creo que si me
siento frente a un paciente y le hablo de enfrentarse a sus miedos y
todo lo que ello conlleva, yo debería ser capaz de cumplir con mis palabras a
nivel personal. Creo firmemente en todo lo que digo en consulta y sé
que eso se transmite dando fuerza a mis palabras y esa fuerza se traduce
en confianza del paciente hacía mí. En realidad, ese fue el principal motivo
para enfrentarme a mi miedo.
Sara LLorens Aguilar
sllorens@cop.es
Comments
Post a Comment