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En consulta veo bastante a menudo como mis pacientes se agobian por tener "bajones". Hay personas que se preocupan mucho en cuanto
ven que su estado de ánimo no es el habitual. Cuando esto sucede una vez el
paciente se ha recuperado y lleva tiempo estable, la preocupación es mayor
porque enseguida lo interpreta como una posible recaída, cuando no tiene por
qué ser así. Esa excesiva preocupación
hace que la persona esté más pendiente de todos sus pensamientos y
emociones negativas, o mejor dicho, pensamientos y emociones que considera que
no debería tener. Cuanto más
pendiente está de ellos, más baja su ánimo y sus fuerzas para enfrentar el día
a día. Como consecuencia, lo que podría
ser un bajón de unas horas o unos días, se alarga bastante más.
Mentiría si dijera que me considero insegura, con baja
autoestima o que tengo "bajones" frecuentes. No obstante, de vez en cuando
tengo bajadas de estado de ánimo, mis momentos de "saturación", de
dudas sobre mí misma, el mundo y la vida en general. Como todos, en mayor o
menor grado. Y está bien así, no pasa nada. Y es en este punto donde recalco a mis pacientes una de las principales
diferencias entre "sus momentos de bajón" y los míos: que yo me los
permito y ellos no.
Yo me los permito, los trabajo y me doy una dosis extra de
cuidado hacia mi persona. No hay superwoman que valga. Detrás de todo psicólogo se esconde una persona normal y corriente, no
hay héroe ni heroína que valga y quién diga lo contrario, miente.
La tristeza, la incertidumbre, la frustración.... y todas
aquellas emociones que llamamos "negativas" forman parte de nosotros.
Tenemos derecho a permitirnos sentirlas y ya de paso, a gestionarlas de forma
productiva para sacarles algún provecho (éste último punto es especialmente
importante). Quiero dejar claro que permitirse los bajones es diferente a
dejarse arrastrar por ellos. Y esto también se lo explico a mis pacientes
cuando surge esta conversación:
Me dejo arrastrar por
los bajones cuando...
me acomodo. Me dejo vencer por ellos sin trabajar los pensamientos que me están
haciendo daño, con lo que me invaden las emociones negativas. A la par, esa
invasión me debilita aún más y dejo de hacer las cosas que sé que me podrían
ayudar a sentirme un poco mejor. Es un
auto-castigo en toda regla, un abandono.
"Sara es que en
esos momentos no tengo motivación ni ganas para nada". Pues hay que sacarla de donde sea y pedir ayuda a quién haga falta para conseguirlo. Tirar de manos amigas siempre es un buen recurso.
Recuerda siempre que en estos casos en los que el estado de ánimo está especialmente bajo, al igual que en casos mucho más severos
como en la depresión, el orden cambia:
- Primero : acción
- Segundo: motivación
Y tras cada caída de la que nos levantamos, lo hacemos siendo un poco más fuertes. |

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Sara LLorens Aguilar
sllorens@cop.es
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