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La semana pasada hablábamos de
sideración psíquica y la consecuente
disociación que se da en ocasiones al vivir situaciones traumáticas. Bien, pues hubieron
algunos puntos interesantes que se nos quedaron por comentar. En este segundo post quiero hacer hincapié en la parte de la disociación, tanto del agresor como de la víctima, especialmente en en de la víctima.
¿Qué hay
del agresor? ¿Cómo puede ser alguien capaz de realizar tales actos? ¿Cómo se puede hacer algo así a otro ser humano? ¿Cómo se
vive con ello? Entre las funciones de
las llamadas neuronas espejo, está la que se encarga de que podamos empatizar con las emociones de
otros. Estas neuronas dejan de funcionar en el momento el que el agresor
ataca, ya que en él se produce también una
disociación emocional. De esta forma es mucho más fácil y cómodo para el indviduo continuar con lo que está haciendo, ya que no puede empatizar, no puede
sentir el sufrimiento de su víctima. Esto es un fenómeno general de las situaciones
de violencia extrema: el agresor se disocia
completamente de la víctima.
Por otra parte, la disociación de
la víctima puede durar mucho más allá del momento del trauma. Es más, si por cuestiones de la vida la
víctima está en contacto continuo con el agresor, la duración de la disociación
es mayor y de puertas para fuera parece que "está bien", cuando en
realidad es todo lo contrario aunque ni la propia víctima es consciente de ello (y por lo tanto, menos probabilidades de que pida ayuda).
Podría decirse que cuanto mayor es el peligro
que corre la víctima en su día a día, más intensa y duradera es la disociación,
ya que es su forma de protegerse. Una máscara invisible hasta para quién la lleva
puesta.
Todo esto hace que las posibilidades de recibir ayuda disminuyan, ya que
la gente de alrededor se preocupa menos ¿por qué? La víctima está desconectada de sus
emociones y por lo tanto no muestra
ninguna. Cuando estamos frente a alguien que no muestra emociones, nuestras
neuronas espejo no trabajan y somos incapaces de empatizar con esa persona. Si
no empatizamos, no sabemos lo que siente, con lo que es más complicado percibir
que esa persona necesita ayuda.
Entonces la idea general sería:
Cuánto
más traumática es la situación, mayor disociación (durante y después) y por lo
tanto menos credibilidad se le da a la víctima.
Como te comentaba en el post
anterior, la formación en estos conocimientos es esencial para todo aquel profesional que
pueda tener cierto rol en un proceso de este tipo (psicólogos, psiquiatras, policía,
jueces, abogados, jurado... Y claro está, familiares y allegados a las víctimas) porque es de este modo como puede darse un trato justo a estas situaciones y
como puede verdaderamente empezar el camino de ayuda a la víctima. Los procesos
terapéuticos en estos casos son largos y el objetivo de la terapia, como
ya he comentado en otros posts que trataban el estrés postraumático, es
conseguir en la persona llegue a integrar y almacenar en su memoria el trauma
como un recuerdo, sin revivirlo con el mismo dolor cada día.
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Sara LLorens Aguilar
sllorens@cop.es
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